Conocí la antigua URSS, tanto en tiempo de mi infancia, como de mi temprana juventud; fueron de los momentos más bellos de vida, quizás por las vivencias, por la ilusión que se despertaba, por el futuro maravilloso que entonces yo creía, vendría sobre la base de las imperfecciones palpables de la construcción de aquel socialismo “desarrollado”, pero que en cierto sentido se me antojaban menores que las que se veían cotidianamente en Cuba.
Sin embargo, creo, que ni la visión epidérmica del hijo de un diplomático que estudiaba en la escuela 110 de Moscú, ni siquiera, años que después pudo tener como estudiante extranjero, becado en la Universidad Lomonósov; deberían ser el criterio supremo para valorar aquella sociedad; incluso, tampoco lo sería la de uno ciudadanos rusos de la tercera edad que me he encontrado en Suecia, asegurando que en el comunismo se vivía mejor que hoy. Tal vez pertenecieron a los sectores privilegiados de la URSS o a los que han sido empujados al de los menos favorecidos de la Rusia actual.
Siempre he pensado que aquel que gozaba del salchichón y la mantequilla asegurada por el estalinismo en los años treinta, poco o nada tenía que decir sobre el palo que medía las costillas del represaliado en el gulag, y lo mismo con respecto al buen hombre soviético que en los sesenta o setenta, podía darse el lujo de pasar los fines de semana en una “dacha” (casa de campo), mientras que miles de conciudadanos, incluidos profesionales de alto rango, vivían hacinados con familias extrañas en un mismo apartamento en el corazón de la capital soviética, esto por no hablar de los que estaban peor aún, dando a parar con sus huesos a la celda de un hospital psiquiátrico dónde curarle la enfermedad mental del disenso.
La tierna mente del escolar sencillo o la febril del estudiante universitario podrían confundirse, más cuando nos rodeaban los espejismos creados en una isla, cuya sociedad por aquellos tiempos sufría un auténtico socialismo de cuartel -el término lo encontré en un libro soviético de crítica a la China de Mao-, como lo fue el soviético en buen grado, hasta que llegó el deshielo Kruchoviano, el vaciado de los campos de concentración y con éste la implementación de cierto grado de cálculo económico en la administración empresarial.
Así, con cierto estímulo material, eran superado los mecanismos compulsivos o moralizante para el trabajo que tanto preconizaba el nada bien visto allí, del Che Guevara; métodos a los que Fidel Castro nunca renunció, sobre todo, desde que lanzó su campaña de “Rectificación (ratificación la llamaba el pueblo) de errores” en 1986.
Por eso, he completado la imagen sensorial , que me creo aquella URSS y especialmente su industria cultural – de la que también fui un buen consumidor- con estudios y lecturas de fuentes varias, que me persuadieron de que aquello tenía que cambiar, y no precisamente porque se estuviera en camino hacia una sociedad ideal, sino todo lo contrario, porque lo que allí había era precisamente el freno hacia el “buen vivir“, como sería, en teoría el socialismo del siglo XXI que en la variante defendida por Rafael Correa casi treinta años después.
Claro, entonces nadie avizoraba para ese tiempo que el entonces presidente ecuatoriano terminaría convertido en entrevistador del Canal Rusia y mucho menos que sería demandado por el procurador de su país, bajo acusación de haber realizado soborno entre los 2012 y 2016, pero esta, es la historia de otro socialismo fracasado.
Un indicio claro de lo que digo fue el entusiasmo popular despertado por la perestroika desatada por Mijaíl Gorbachov ha mediado de los ochentas, y la pasividad con que la ciudadanía de aquel imperio multinacional aceptó sin rechistar, la disolución de la URSS por Boris Yeltsin a principios de los noventa.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y frente a los males del presente se ha reactivado la nostalgia del pasado entre muchos habitantes de la Federación Rusa y otros países de la Europa Oriental. Se trata de una suerte de olvido colectivo, que entierra en el imaginario lo peor de aquella época, para dejar en pie cosas positivas, o aparentemente, tales, como podían ser la sana camaradería escolar de los llamados “aktiabriatas” (octubristas) y pioneros, los bajos precios, la relativa buena calidad y resistencia de algunos productos (no tanto de sus diseños y ergonomías) o los apartamentos gratuitos que recibía la ciudadanía.
Frente a esta amnesia, resulta muy útil el video publicado el 26 mayo de 2015, en el canal ruso de YouTube # Defensa Civil, bajo el título de: La verdad sobre la URSS: el paraíso en la tierra o el imperio del mal. El interesante documental fue transmitido originalmente en Canal de ICTV. Aquí vemos las dos caras de la moneda, la de los que sueñan con el retorno de la vida soviética, retratada con material del archivo y la de los que recuerdan que las cosas no eran tan paradisíacas como se ven en los viejos noticieros y películas soviéticas de propaganda.
Sí, había apartamentos gratis, pero la cola era inmensa y para algunas parejas solo la muerte de los padres era la solución para vivir solos en su propio apartamento. Allí la gente más que comprar “obtenía” (eufemismo para denominar el robo al estado) lo que necesitaba. Esto generaba un mercado negro que sobrevivía a pesar de la feroz persecución. Allí se conseguían las mercancías que escaseaban en el mercado estatal, ciertamente algunos soviéticos podían salir del país, pero solo si la KGB lo permitía, no hablemos de la represión abierta de la disidencia, o de las escaseces que campeaba por su respeto fuera de Moscú. El país se atrasaba desde el punto de vista tecnológico lo que creaba una fuerte dependencia de Rusia de países occidentales y con el trabajo desestimulado, aunque no tanto como en Cuba.
El país contaba con un salario promedio de 120 rublos, según el cambio oficial, un rublo soviético equivalía a unos 1,5 dólares estadounidenses , eso sí, no podía cambiarse por su presunto valor en oro, en otras palabras, no servía como medio de cambio universal, que lo definiría la función real del dinero, según dictaban nuestros manuales de Economía Política marxista, dejando claro que la verdadera tarea del dinero es el control del estado sobre quien lo gana, algo que por cierto, no exclusivo del mal llamado comunismo.
Se trata de males a los que no fuimos ajenos los cubanos desde que la revolución en nombre del socialismo comenzó a copiar el modelo soviético, agrandando los males propios heredados de nuestro capitalismo subdesarrollado. Esta caldosa resultó fatal para el progreso de la isla, y aún hoy no se ve en el horizonte cura cercana para tan terrible empacho.
Mirar atrás nunca es bueno, sin embargo, ya se adivina, tras la experiencia de nuestros hermanos de la Europa ex comunista, y muchos compatriotas en la diáspora que esto es lo harán muchos cubanos del futuro que han quedado en la patria. El espejo lo tenemos en más de uno (o una) de los emigrados a la lejana Europa, e incluso entre los que conviven mezclados con el exilio cubano en los Estados Unidos, que añora y defiende al castrismo, aun cuando encuentre un motivo para no volver atrás.
Ejemplo de ello lo tuvimos no hace tanto en los muchos inmigrantes económicos en Miami, que llamaban para dar apoyo y contrarrestar las voces de los exiliados, al extinto programa radial “La Tarde se mueve”, cuya tarea fundamental era a todas luces mantener o crear, basándose en los olvidos, la buena imagen del comunismo cubano. El espacio lo conducía, Edmundo García, quien más que como periodista, se comportaba como el agitador de las aguas estancadas de la conciencia comunista entre sus oyentes. Para ello se escudaba en un discurso entre lo izquierdista, nacionalista y cristiano que, a juzgar por la reacción de una buena parte de su audiencia, sin duda alguna, daba buenos resultados.
Eso no impidió que el programa muriera, incluido el canto de cisne que fue su último reducto en Internet. Pese a su amplia audiencia entre los nostálgicos del comunismo en Miami, La Tarde se mueve, enmudeció, sus archivos sonoros desaparecieron y alguien ordenó la repatriación real (no solo legal) de su conductor a Cuba. Estando allí, supuestamente en el sitio más seguro para el máximo vocero del raulismo en USA, fue que nada ni nadie pudo impedir el asesinato moral del infortunado conductor radial. El autor material de la ejecución fue el youtubero y también agitador, pero línea anticastrista Alex Otaola, el látigo en las redes de los desmemoriados del comunismo, convertido por mérito propio en la horma del zapato de lo que un día representó Edmundo García.
Otaola, inmune a los buenos recuerdos del pasado ha creado un popular programa en las redes sociales, supera a Radio Martí, en su papel inmunizador de sus seguidores, contra el germen de la nostalgia comunista.
Lo más triste es que ninguno de los antiguos oyentes, amigos y colaboradores radiales de García haya alzado la voz para protestar por el modo artero en que acabaron con el “comprometido periodista”. Y eso que su aniquilamiento, fue a todas luces un golpe bajo, la difusión de las imágenes y sonido del “SEXTING” (sexo vía internet) que sostenía con una misteriosa dama, afamado copresentador de La Gran Escena; QUIEN TE HA VISTO, QUIEN TE VE. El material, por cierto, ha dado lugar a más de un gracioso meme en la red.
Evidentemente, el que a hierro mata a hierro muere. Durante años García se dio gusto aireando en el éter de Miami y en internet los trapos sucios, políticos o personales, de la oposición cubana. Otaola, si bien trasgrediendo las reglas éticas del periodismo acabó con él, dándole su propia medicina en una suerte de venganza kármica.
Otro caso de nostalgia es del youtubero e influenciador castrista, Roberto García Cabrejas radicado en los Ángeles, Estados Unidos que se hace llamar indistintamente El León de Oriente o “El invicto”, apodo este último que toma prestado del también fallecido (como La Tarde se mueve) Fidel Castro. Curiosamente no le faltan seguidores, quizás muchos por masoquismo al canal del personaje. Sin embargo, he de reconocerse que la suya, es una de las pocas voces del añoro-comunismo cubano en Estados Unidos, que se ha alzado para condenar desde las redes la “cama” (nunca mejor dicho) que le hicieron al infortunado Edmundo García.
Esperemos, por su bien, que no termine el mismo sufriendo otra otaolada. Resulta que Alex se ha convertido en todo un especialista en este tipo de infidencias, sin perdonar, ni si quiera a quien un día le ayudó laboralmente. Es lo que se escucha en su última trastada, donde revela la intimidad sonora de un productor cubano de la cadena Univisión, quien en su puesto de trabajo intentaba cobrar su derecho de pernada a una candidata laboral, para colmo lesbiana. Sabrá Dios, si son esos métodos poco ortodoxos de Otaola los que mantiene a raya a todos aquellos compañeros que dejaron a Edmundo García en la estacada. Si alguno de ellos está libre de pecados, pues que le tire la primera piedra al programa de Otaola, a ver qué pasa.
En cualquier caso, evidentemente se trata de un mecanismo de defensa psicológica que nace de enfrentar en carne propia a los males sociales asociados a la democracia capitalista, lo mismo en su versión desgastada norteamericana que lastrada por otros vicios los mismo en Rusia que en América Latina. Males que en raras ocasiones superan los del capitalismo de estado llamado “Socialismo real” de ahí la infinidad de casos de retorno definitivo entre aquellos que se van de la isla en busca de un futuro mejor, cada ser humano tiene su destino.
En mi opinión, aunque es importante aprender de la historia real y sobre todo acércanos a ella con objetividad, la mirada de los pueblos debe ser siempre al futuro, hacia una utopía que nos libere de todas las desgracias, las del pasado y las del presente.