No hace falta ser un defensor del totalitarismo cubano o del régimen autoritario en Venezuela para reconocer las partes pudorosas tiene el régimen que se opone por excelencia a los antes mencionados, y que los especialistas definen como “democracia” liberal. Se supone que ella nació como forma de que el pueblo ejerciera, participara o estuviera representado en el poder. Lamentablemente, cada vez son más los ejemplos del modo en que bajo ese régimen es precisamente contra los intereses del pueblo que se ejerce ese poder. Un ejemplo típico lo tenemos cuando el Estado, tan quisquilloso cuando de sus ingresos por concepto de impuesto se trata, se declara impotente para combatir lo que daña a la ciudadanía y peor aun cuando opta por beneficiarse de la situación que crean al facilitar el acceso de un ciudadano, cada vez más desorientado aquello que le daña. Los casos más paradigmáticos son los de las bebidas destiladas y el tabaco, a los que ya tenemos que sumar el de de la mariguana. Y menos mal que aún queda al ciudadano el derecho al pataleo, que es lo único que diferencia a lo diferencia del que están bajo la bota cubana y que de poco vale si el sistema sabe ahogarlo con el ruido de la propaganda.
Un buen ejemplo de esta última resistencia me llega desde Estados Unidos, concretamente desde el el Hillsdale College, institución que, por más de 170 años, ha promovido la difusión de un sólido aprendizaje sólido como el mejor medio para preservar las bendiciones de la libertad civil y religiosa y de la piedad intelectual. Se trata de una universidad privada fundada en 1844, en Hillsdale, Michigan por la comunidad local de los bautistas. El centro basa su plan de estudios de artes liberales en la herencia occidental entendida como producto tanto de la cultura greco-romana como de la tradición judeocristiana. Desde finales del siglo XX, la universidad se niega a aceptar el apoyo financiero federal, dependiendo completamente de donaciones privadas, algo que sin dunda alguna le hace mas independiente de las políticas del estado que aquellas que aceptan su subsidio.
Pues bien, haciendo honor a sus valores, el Hillsdale College ha disidido incluir en su boletín Imprimis, número 1, enero 2019 (Volumen 48) un interesante texto. Lo titula: “La marihuana, la enfermedad mental y la violencia. Se trata de la adaptación de un discurso de Alex Berenson pronunciado el 15 de enero de 2019 en el Centro Allan P. Kirby, Jr. de Hillsdale College en Washington, DC.
Berenson, quien es autor del libro de título similar, “Tell Your Children: The Truth About Marijuana, Mental Illness, and Violence” (Cuénteles a sus hijos: La verdad sobre la marihuana, las enfermedades mentales y la violencia); se graduó en la Universidad de Yale con títulos en historia y economía. Comenzó su carrera en el periodismo en 1994 como reportero de negocios para el Denver Post, se unió al sitio web de noticias financieras TheStreet.com en 1996 y trabajó como reportero de investigación para The New York Times desde 1999 hasta 2010, tiempo durante el cual también trabajó Dos períodos como corresponsal de la guerra de Irak. En 2006, publicó The Faithful Spy, que ganó el Edgar Award 2007 a la mejor primera novela de misterio escrita en Estados Unidos de América.
Además de la obra ya mencionada Alex Berenson ha publicado diez novelas adicionales y el libro de no ficción, The Number: How the Drive for Quarterly Earnings Corrupted Wall Street and Corporate America.
En las palabras referidas por el boletín el periodista narra que a setenta millas al noroeste de la ciudad de Nueva York hay un hospital que parece una prisión, sus edificios de ladrillos monótonos envueltos en capas de cercas y alambre de púas. Esta instalación sombría se llama el Instituto psiquiátrico forense de Mid-Hudson. Es uno de los tres lugares a los que el estado envía a los acusados que han sido declarados inocentes por motivos de demencia.
Hasta hace poco, cuenta, su esposa, la Dra. Jacqueline Berenson, fue psiquiatra sénior allí. Muchos de los 300 pacientes de Mid-Hudson son asesinos e incendiarios. Al menos uno es un caníbal. La mayoría han sido diagnosticados con trastornos psicóticos como la esquizofrenia lo que los llevó a ejercer la violencia contra familiares o extraños. Hará un par de años, la esposa de habló al orador de uno de sus pacientes que había estado fumando marihuana toda su vida”, algo que ella daba por sentado ya que todos los internos fuman el yerbajo. Esto llevó al periodista a una pregunta: ¿Entonces la marihuana causa esquizofrenia? Y lo hizo reconociendo que el mismo había sido un libertario sobre las drogas. Años antes, había cubierto la industria farmacéutica para The New York Times. Estaba al tanto de las afirmaciones sobre la marihuana como medicina y observaba la lenta propagación del cannabis legalizado sin mucho interés.
Fue entonces que Jackie, la esposa del conferencista, le recomendó leer materiales neutrales sobre el tema y así lo hizo, además de hablar con todos los psiquiatras y científicos del cerebro que me le fueran posible. Y pronto se dio cuenta de la gran brecha que existía entre el conocimiento interno y externo sobre el tema y comenzó a cuestionase por qué, con las reservas de compañías de cannabis en alza y los políticos promoviendo la legalización como una forma de bajo riesgo de aumentar los ingresos fiscales y reducir el crimen, nunca había oído la verdad sobre la marihuana, las enfermedades mentales y la violencia.
Esta situación contrasta con el hecho reconocido por el escritor de que, en los últimos 30 años, los psiquiatras y los epidemiólogos han convertido las especulaciones sobre los peligros de la marihuana en ciencia. Sin embargo, durante el mismo período, denuncian una campaña de cabildeo astuta y costosa ha empujado las actitudes del público sobre la marihuana de otra manera. Y los efectos ahora se están haciendo evidentes. Así que los pone en guardia con la siguiente afirmación: “Casi todo lo que crees saber sobre los efectos del cannabis en la salud, casi todo lo que los defensores y los medios de comunicación te han dicho durante una generación, está mal” y continua:
“Te han dicho que la marihuana tiene muchos usos médicos diferentes. En realidad, se ha demostrado que la marihuana y el THC, su ingrediente activo, funcionan solo en unas pocas condiciones limitadas. Se prescriben más comúnmente para aliviar el dolor. Pero rara vez se prueban contra otros medicamentos para aliviar el dolor, como el ibuprofeno, y en julio, un gran estudio de cuatro años de pacientes con dolor crónico en Australia mostró que el consumo de cannabis se asoció con un mayor dolor con el tiempo.”
A usted le han dicho, sigue explicando, que el cannabis puede contener el uso de opioides: “Dos nuevos estudios muestran cómo la marihuana puede ayudar a combatir la epidemia de opioides”, según Wonkblog, un sitio web del Washington Post, en abril de 2018, y que los efectos de la marihuana como analgésico lo convierten sustituto de los opiáceos. En realidad, como el alcohol, la marihuana es demasiado débil como analgésico para que funcione para la mayoría de las personas que realmente necesitan opiáceos, ese es el caso de los pacientes terminales de cáncer. Incluso los defensores del cannabis, como Rob Kampia, cofundador del Proyecto de política de marihuana, reconocen que siempre han visto las leyes de marihuana medicinal principalmente como una forma de proteger a los usuarios recreativos.
En cuanto a la teoría del uso reducido de opiáceos de marihuana, Alex Berenson revela que ella se basa en gran medida en un solo documento que compara las muertes por sobredosis por estado antes de 2010 con la difusión de las leyes de marihuana medicinal, y el hallazgo del documento es probablemente el resultado de una simple coincidencia geográfica. La epidemia de opiáceos comenzó en Appalachia, mientras que los primeros estados en legalizar la marihuana medicinal se encontraban en Occidente. Desde 2010, dado que tanto la epidemia como las leyes sobre la marihuana medicinal se han extendido a nivel nacional, el hallazgo ha desaparecido. Y los Estados Unidos, el país occidental con mayor consumo de cannabis, también tiene el peor problema con los opioides.
Alex Berenson, confirma lo que ya hemos escrito en otros escritos de este mismo blog; que el consumo de marihuana lleva al uso de otras drogas y cita como ejemplo un artículo de enero de 2018 en el American Journal of Psychiatry, donde se demostró que las personas que consumieron cannabis en 2001 tenían casi tres veces más probabilidades de consumir opiáceos tres años después, incluso después de ajustar otros riesgos potenciales.
En cuanto a los que dicen que la marihuana no solo es segura para las personas con problemas psiquiátricos como la depresión, sino que es un tratamiento potencial para esos pacientes, Alex Berenson les opone investigaciones publicadas en las principales revistas médicas donde se informa que la marihuana puede causar o empeorar una enfermedad mental grave, especialmente la psicosis (el término médico para una ruptura con la realidad) y el dato de que los adolescentes que fuman marihuana regularmente tienen aproximadamente tres veces más probabilidades de desarrollar esquizofrenia. Es lo ha confirmado la Academia Nacional de Medicina, la cual descubrió en 2017 que “el consumo de cannabis podría aumentar el riesgo de desarrollar esquizofrenia y otras psicosis; cuanto más alto sea el consumo, mayor será el riesgo “. También es probable que “el consumo regular de cannabis aumente el riesgo de desarrollar un trastorno de ansiedad social”.
La situación es que a medida que se ha extendido la legalización, los patrones de consumo de marihuana y la droga en sí han cambiado de manera peligrosa. Alrededor del 15 por ciento de los estadounidenses consumieron cannabis al menos una vez en 2017, en comparación con el 10 por ciento en 2006, según un gran estudio federal denominado Encuesta nacional sobre el uso y la salud de las drogas. (En contraste, alrededor del 65 por ciento de los estadounidenses tomaron una bebida en el último año). Pero la cantidad de estadounidenses que consumen mucho cannabis está aumentando. En 2006, aproximadamente tres millones de estadounidenses informaron haber consumido cannabis al menos 300 veces al año, el estándar para el uso diario. Para 2017, ese número casi se había triplicado, a ocho millones, acercándose a los doce millones de estadounidenses que bebían alcohol todos los días. Dicho de otra manera, uno de cada 15 bebedores consumía alcohol diariamente; aproximadamente uno de cada cinco consumidores de marihuana consumía cannabis con tanta frecuencia, advierte el boletín.
Alex Berenson también nos informa de que hoy en día, los consumidores de cannabis también consumen un medicamento mucho más potente que nunca, medido por la cantidad de THC, delta-9-tetrahidrocannabinol, el químico del cannabis responsable de sus efectos psicoactivos, que contiene. En la década de 1970, la última vez que muchos estadounidenses consumieron cannabis, la mayoría de la marihuana contenía menos del dos por ciento de THC. Hoy en día, la marihuana contiene habitualmente entre un 20 y un 25 por ciento de THC, gracias a las sofisticadas técnicas de cultivo y clonación, así como a la demanda de cannabis que produce un nivel más alto y más rápido. En los estados donde el cannabis es legal, muchos usuarios prefieren extractos que son casi puros de THC.
Estos nuevos patrones de uso han causado que los problemas con la droga se disparen. En 2014, las personas que tenían un trastorno de consumo de cannabis diagnosticable, el término médico para el abuso o la adicción a la marihuana, constituían aproximadamente el 1,5 por ciento de los estadounidenses. Pero representaron el once por ciento de todos los casos de psicosis en las salas de emergencia: 90,000 casos, 250 por día, el triple en 2006. En estados como Colorado, los médicos de las salas de emergencia se han convertido en expertos en el tratamiento de la psicosis inducida por el cannabis.
Los defensores del cannabis a menudo argumentan que la droga no puede ser tan neurotóxica como sugieren los estudios, porque de lo contrario los países occidentales habrían visto aumentos de la psicosis en toda la población junto con el uso creciente. En realidad, el seguimiento preciso de los casos de psicosis es imposible en los Estados Unidos, explica el publicista. El gobierno rastrea cuidadosamente las enfermedades como el cáncer con registros centrales, pero no existe tal registro para la esquizofrenia u otras enfermedades mentales graves.
Escandinavia no queda fuera del discurso ofrecido en el Centro Allan P. Kirby, allí se alude a investigaciones de Finlandia y Dinamarca, dos países que hacen un seguimiento más completo de las enfermedades mentales, las que muestran un aumento significativo en la psicosis desde el 2000, luego de un aumento en el consumo de cannabis. Y en septiembre del año pasado, una gran encuesta federal también encontró un aumento en las enfermedades mentales graves en los Estados Unidos, especialmente entre los adultos jóvenes, los mayores consumidores de cannabis. Según este último estudio, el 7.5 por ciento de los adultos de 18 a 25 años cumplieron con los criterios de enfermedad mental grave en 2017, el doble que en 2008. Lo que es especialmente sorprendente es que los adolescentes de 12 a 17 años no muestran estos aumentos en el consumo de cannabis.
El escritor nos da una advertencia: esta encuesta federal no cuenta los casos individuales, y combina la psicosis con otras enfermedades mentales graves. Así que no es tan preciso como los estudios finlandeses o daneses. Tampoco ninguno de estos estudios prueba que el aumento en el consumo de cannabis haya causado aumentos poblacionales de la psicosis u otras enfermedades mentales. Lo más que se puede decir es que ofrecen evidencia intrigante de un enlace.
Otro problema delicado que se nos pone sobre el tapete en este interesante material es el que tienen que ver con los supuestos defensores de las personas con enfermedades mentales, a quienes no les gusta discutir el vínculo entre la esquizofrenia y el crimen. Temen (según ellos) que estigmatice a las personas con la enfermedad. “La mayoría de las personas con enfermedades mentales no son violentas”, explica la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales (NAMI) en su sitio web.
En verdad, responde el especialista, la psicosis es un factor de riesgo sorprendentemente alto para la violencia y nos trae lo que considera el mejor análisis sobre el asunto, aparecido en un artículo publicado en 2009 en PLOS Medicine por la Dra. Seena Fazel, psiquiatra y epidemióloga de la Universidad de Oxford. Esta investigadora, basándose en estudios anteriores, descubrió que las personas con esquizofrenia tienen cinco veces más probabilidades de cometer delitos violentos que las personas sanas, y casi 20 veces más probabilidades de cometer homicidio.
La declaración de NAMI de que la mayoría de las personas con enfermedades mentales no son violentas es, por supuesto, acertada, dado que “la mayoría” simplemente significa “más de la mitad”; pero es profundamente engañoso. La esquizofrenia es rara. Pero las personas con el trastorno cometen una fracción apreciable de todos los asesinatos, en el rango de seis a nueve por ciento, dijo Alex Berenson y puntualiza que “La mejor manera de lidiar con el estigma es reducir la violencia”, como dice la Dra. Sheilagh Hodgins, profesora de la Universidad de Montreal que ha estudiado enfermedades mentales y violencia durante más de 30 años.
La conexión marihuana-psicosis-violencia es incluso más fuerte de lo que sugieren esas cifras, nos dice. Las personas con esquizofrenia son moderadamente más propensas a volverse violentas que las personas sanas cuando toman medicamentos antipsicóticos y evitan las drogas recreativas. Pero cuando usan drogas, su riesgo de violencia se dispara. Además, nos enteramos de que, junto con el alcohol, la droga que los pacientes psicóticos usan más que cualquier otra es el cannabis: una revisión de estudios anteriores en el Schizophrenia Bulletin de 2010 descubrió que el 27 por ciento de las personas con esquizofrenia habían sido diagnosticadas con el trastorno por consumo de cannabis en sus vidas. Y desafortunadamente, a pesar de su reputación de hacer que los usuarios estén tranquilos y tranquilos, el cannabis parece provocar a muchos de ellos a la violencia.
Otra investigación interesante de las que se citan es un estudio suizo de 265 pacientes psicóticos publicado en Frontiers of Forensic Psychiatry en junio pasado (2018) donde se encontró que, durante un período de tres años, los hombres jóvenes con psicosis que consumían cannabis tenían un 50% de probabilidades de volverse violentos. Ese riesgo fue cuatro veces mayor que para aquellos con psicosis que no usaron, incluso después de ajustar factores como el consumo de alcohol. Otros investigadores han producido resultados similares. Un artículo de 2013 en una revista psiquiátrica italiana examinó a casi 1,600 pacientes psiquiátricos en el sur de Italia y encontró que el consumo de cannabis se asociaba con un aumento de la violencia diez veces mayor.
Berenson nos expone la forma más obvia en que el cannabis alimenta la violencia en las personas psicóticas, y esta es a través de su tendencia a causar paranoia, algo que incluso los defensores del cannabis reconocen que la droga puede causar. El riesgo es tan obvio que los usuarios bromean al respecto y los dispensarios anuncian que ciertas cepas tienen menos probabilidades de inducir paranoia. Y para las personas con trastornos psicóticos, la paranoia puede alimentar la violencia extrema. Un artículo de 2007 en el Medical Journal of Australia sobre 88 acusados que habían cometido homicidios durante episodios psicóticos encontró que la mayoría creía que estaban en peligro por la víctima, y casi dos tercios informaron haber consumido cannabis, más que alcohol y anfetaminas combinados.
Sin embargo, agrega el analista, el vínculo entre la marihuana y la violencia no parece estar limitado a las personas con psicosis preexistente. Los investigadores han estudiado el alcohol y la violencia durante generaciones, lo que demuestra que el alcohol es un factor de riesgo para el abuso doméstico, el asalto e incluso el asesinato. Se ha hecho mucho menos trabajo sobre la marihuana, en parte porque los defensores han estigmatizado a cualquiera que plantee el problema. Pero los estudios que demuestran que el consumo de marihuana es un factor de riesgo importante para la violencia se han acumulado silenciosamente. Muchos de ellos ni siquiera fueron diseñados para atrapar el enlace, pero lo hicieron. Existen docenas de estudios de este tipo, que abarcan desde acoso escolar por parte de estudiantes de secundaria hasta peleas entre vacacionistas en España.
En la mayoría de los casos, los estudios encuentran que el riesgo es al menos tan importante como con el alcohol. Un artículo de 2012 en el Journal of Interpersonal Violence examinó una encuesta federal de más de 9,000 adolescentes y encontró que el consumo de marihuana estaba asociado con una duplicación de la violencia doméstica; un artículo de 2017 en Psiquiatría social y Epidemiología psiquiátrica examinó a los conductores de violencia entre 6.000 hombres británicos y chinos y descubrió que el uso de drogas, que casi siempre es cannabis, se traduce en un aumento de cinco veces en violencia.
Gracias a este impresionante discurso nos enteramos de lo que no se quiere que sepamos sobre lo que está pasando en Estados Unidos como consecuencia de la liberación de la droga, resulta que antes de que los estados legalizaran el cannabis recreativo, los defensores habían prometido que la legalización permitiría a la policía concentrarse en criminales endurecidos en lugar de fumadores de marihuana y así reducir los delitos violentos. Algunos fueron tan lejos como para afirmar que la legalización ha reducido los delitos violentos y se nos da el emeplo de un discurso de 2017 que pedía la legalización federal, donde el senador estadounidense Cory Booker afirmaba quelos estadosque habían legalizado la marihuana estaban viendo disminuciones en los delitos violentos”.
Según Berenson, los apologistas de la mariguana estaban equivocados y lo demuestra con los siguientes argumentos: los primeros cuatro estados en legalizar la marihuana para uso recreativo fueron Colorado y Washington en 2014 y Alaska y Oregon en 2015. Combinados, esos cuatro estados tuvieron aproximadamente 450 asesinatos y 30,300 agresiones agravadas en 2013. El año pasado, tuvieron casi 620 asesinatos y 38,000 agresiones asaltos: un aumento del 37 por ciento para los asesinatos y del 25 por ciento para los asaltos agravados, mucho mayor que el aumento nacional, incluso después de explicar las diferencias en el crecimiento de la población. Saber exactamente cuánto del aumento está relacionado con el cannabis es imposible sin investigar todos los delitos, reconoce, pero también que los informes policiales, las noticias y las órdenes de arresto sugieren un vínculo estrecho en muchos casos. Por ejemplo, en septiembre pasado, la policía de Longmont, Colorado, arrestó a Daniel López por apuñalar a muerte a su hermano Thomas mientras lo observaba un vecino. Daniel López había sido diagnosticado con esquizofrenia y se “automedicaba” con marihuana, según una declaración jurada de arresto, los casos como el de López son mucho más comunes de lo que reconocen los defensores de la enfermedad mental o el cannabis.
En estas palabras también se reproduce lo que el sentido común nos permitía prever, por ejemplo, que la mariguana también se asocia con un número perturbador de muertes infantiles por abuso y negligencia, mucho más que alcohol y más que cocaína, metanfetaminas y opioides combinados, según informes de Texas, uno de los pocos estados que brinda información detallada sobre el uso de drogas por los perpetradores.
Otra cosa que denuncia Alex Berenson es el tratamiento informativo de estos delitos, los que, según él, rara vez reciben algo más que la atención local, y nos explica que la violencia inducida por la psicosis adopta formas especialmente desagradables y con frecuencia se dirige a miembros de la familia indefensos. Los medios nacionales de élite prefieren ignorar los crímenes como alimento de los tabloides. Incluso los departamentos de policía, que ven esta violencia de cerca, han tardado en reconocer la tendencia, en parte porque la epidemia de muertes por sobredosis de opioides los ha superado, y resumen la situación con frase casi poética: “Así que la marea negra de la psicosis y la marea roja de la violencia aumentan constantemente, casi inadvertidas, en una lenta ola verde”.
Lo peor es que todo esto lo sabían nuestros padres y abuelos, podría haberse evitado su la sociedad se rigiera por principios lógicos. Como dijo Berenson; durante siglos, las personas en todo el mundo han entendido que el cannabis causa enfermedades mentales y violencia, tal como han sabido que los opiáceos causan adicción y sobredosis. Los datos duros sobre la relación entre la marihuana y la locura se remontan a 150 años, a los registros de asilo británicos en la India. Sin embargo, hace 20 años, los Estados Unidos se movieron para fomentar un uso más amplio del cannabis y los opiáceos.
El popularizado científico termina haciendo un llamado que comparto, sobre la necesidad de campañas publicitarias sobre los riesgos del cannabis, aceptando para ello las verdades de la ciencia y recordando que la alternativa, entiéndase la desinformación, es mucho peor, como lo saben los pacientes del Instituto psiquiátrico forense de Mid-Hudson, y sus víctimas.
En lo que discrepo el autor es en la manera con que justifica el error, no se trata de una libre elección de aquellos que creyeron que serían más astutos que estas drogas, que podrían tener sus beneficios sin sus costos. Si fue un error fue un error inducid, de manera premeditada, desde el poder el verdadero responsable en Estados Unidos, como pronto lo será en Uruguay, Canadá, México y el resto de los países que legalicen la mariguana, de que la extensión indetenible de, la enfermedad mental y la violencia que sigue al consumo de cannabis que ya nadie puede ignorar.
Tampoco estoy de acuerdo con la claudicación final del conferencista ante el mito de que usar cannabis, o cualquier droga, deba ser una decisión personal, lo cual implica la existencia de un individuo cien por ciento racional en todo momento, lo cual es utópico. Por supuesto que la legalización del cannabis es un problema político, y esto es lo más importante, todavía mas de lo que para el autor sería lo fundamental, la conciencia de sus riesgos, como ocurre con los fumadores. El punto final no puede colocarse en la información de que los cigarrillos causan cáncer, sino hacer como se hace con los que beben manejando, aunque no tengan accidentes fatales, ir a por ellos y si un día fuese posible a por los verdaderos criminales los que les emborracharon. El saber está muy bien y es necesario, por eso se agradecen discurso como este, pero no basta, pues bien sabe el suicida de los efectos de un veneno y no por ello hay que ponérselo a mano, una de las mejores lecciones de vida que nos da el pensamiento judío cristiano.